El cielo siempre estaba gris en el
monte de Brokenhope. Muchos decían que las lágrimas de los viajeros
que llegaban hasta allí eran las culpables de infestar el cielo con
su eterna tristeza y amargura, pues ese lugar no era otra cosa que un
cementerio para esa gente que todavía seguía viva, pero la vida
había dejado de acompañarles. Todo allí llevaba mucho tiempo
muerto y apagado. Cada uno de los árboles, las plantas e incluso los
animales que habitaban esas tierras irradiaban una melancolía que
daba todo el crédito del mundo al nombre por el que se conocía ese
extraño sitio.
El albergue de Brokenhope era lo que
se podría considerar la atracción turística principal de ese
sombrío lugar. Esto si de verdad podíamos considerar “turistas”
a los visitantes que se acercaban allí. Personas absolutamente
dominadas por la frustración y la desesperación de sus vidas. Gente
incurable en busca de un lugar donde encerrarse en sus recuerdos para
no salir jamás. Un refugio de la realidad.
Y allí se encontraba Fritz Cooper,
sentado sobre su litera con la mirada perdida en la bombilla colgante
del techo de su anti-higiénica habitación, y con sus gafas mal
plegadas sobre la carcomida mesilla de noche. Esperando muy
impaciente, a pesar de ya no tener prisa alguna por la que
preocuparse. Silenciosamente ansioso por la llegada inminente de su
nuevo y desconocido compañero de habitación, que estaba por llegar.
Hacía semanas que había recibido esa
noticia así que, por su puesto, no era algo inesperado. Ya era de
dominio público el saber que ese albergue no era un lugar a donde ir
de vacaciones, ni un lugar donde hallar el disfrute. Ese era el
centro de retiro y abandono espiritual por excelencia; por lo que la
intimidad individual se limitaba en la mente de sus huéspedes, y las
habitaciones no eran personales. Aún así, Fritz no había recibido
ningún tipo de dato sobre la persona que iba a compartir su cuarto.
No sabía su nombre, ni su apellido… por no saber, ni siquiera
sabía si era hombre o mujer. Pero en breve iba a conocerle, y esta
era la razón de su voraz impaciencia.
—Hola muy buenas, mi nombre es Fritz
Cooper, pero mis amigos me llamaban Coop, así que puedes llamarme
así si quieres, y… ¡Que asco! ¡Doy pena! —se criticaba con ira
el hombre mientras ensayaba las palabras con las que quería
presentarse ante su nuevo compañero de habitación—. ¿Que tal
amigo? Soy Fritz Cooper, pero llámame Coop, je je… no... ¡Mi voz
produce arcadas! Estoy haciendo el ridículo de mala manera… .
De repente la puerta del cuarto se
abrió de un golpe y Fritz se levantó de un brinco ante ese súbito
evento.
—¡Hoy va a nevar! —dijo con
cierta descara el hombre, aparentemente más joven, que entró en la
sala cargado de maletas y con una extravagante pinta—. ¡Espero que
haya calefacción en esta pocilga! ¿Quién cojones eres tú?
—preguntó al encontrarse cara a cara con Fritz.
—B-b-bueno, y-yo s-s-soy Fritz
Cooper, pero m-mis amigos me llaman Coop, así que… —tartamudeó
Fritz Cooper poseído por los nervios y la falta de ensayo.
—¿Fritz? ¿Se puede saber que haces
en mi habitación, Fritz? ¿Eres del servicio de limpieza?
—Ya, muy buena… en realidad soy tu
compañero de habitación… —pronunció con un hilo de voz, muerto
de vergüenza e incomodidad.
—¿Tú? ¿Mi compañero de
habitación? ¡Menuda mierda!
—Por favor, no me faltes al respeto
eh… ¡No me conoces!
—Lo siento Fritz… a veces pienso
en voz alta.
Fritz y el nuevo no quisieron
intercambiar ni una palabra más durante ese rato de tensión. El
hombre misterioso descargó todo su equipaje y se tumbo en su litera
tapándose la cara con las manos y suspirando escandalosamente.
Parecía muy desesperado. Fritz temía que el recién llegado
compañero fuese un auténtico tarado de psiquiátrico y le llevase
problemas. Al fin y al cabo, no habían empezado con muy buen pié y
esa falta de comunicación solo lograba agobiar más y más al débil
de Fritz Cooper.
—Oye ¿Estás bien? —preguntó al
nuevo, rompiendo por fin con el silencio.
—Estoy condenado para siempre en
Brokenhope… ¡no podría estar mejor! —respondió irónico el
misterioso individuo.
—Si estás condenado para siempre
aquí, será mejor que nos llevemos bien ¿no crees?
—¿Cuanto tiempo llevas en este
asqueroso albergue?
—Un mes y medio, aproximadamente.
—Dios mío… ¿¡estamos jodidos
eh!? —dijo esta vez un poco más simpático, pero tan grosero como
antes.
Fritz fingió reír para lograr romper
el hielo, a pesar de que la fatídica broma de su compañero no tenía
ninguna gracia para él.
—Soy Mark Silver, soy músico... fui
músico —se corrigió.
—¡Anda, un artista! ¿Que tipo de
música tocabas?
—Fui vocalista en una banda de
“pop-rock” de mi estado… luego todo me fue mal.
—Yo fui profesor y investigador de
matemáticas en un instituto ya hace años. También me licencié en
neurología… la cosa tampoco me fue muy bien, la verdad.
—Tu cara me resulta bastante
familiar ¿Has salido alguna vez en televisión, o en algún
periódico?
—No que yo sepa, mis ex-socios
solían dar la cara por mi empresa cuando se trataba de temas
públicos… siempre he sido absurdamente tímido ¿Sabes? —dijo el
matemático mientras recogía sus gafas de la mesilla y se las
acoplaba en la cara. Hecho que despertó una reacción inesperada en
el llamado Mark Silver.
—¡No me jodas! —gritó eufórico
el vocalista de repente—. ¡No me “maldito” jodas!
—¿Te pasa algo? —se sorprendió
Fritz Cooper.
—¡Tu eres el profesor “Cooper
Cuatro-ojos”, del colegio Marsh Kinney!
—Sí… yo trabajé en ese colegio
un par de años. ¿A caso nos conocemos de algo?
—Por tu culpa me expulsaron de ese
centro y tuve que dejar los estudios… así que creo que nos
conocemos lo suficiente —soltó Silver recuperando un cierto enojo
que al parecer llevaba mucho tiempo enterrado.
—¿Que yo te expulsé? —se
sorprendió Cooper gratamente—. ¡No me digas que tu eres el
impertinente de Marcus Santos!
—Este era mi verdadero nombre… ¡tú
mataste a Marcus Santos! Maldita sea… si no me hubieses expulsado,
ahora sería un puto médico. El puto mejor médico de todo el país
¿¡Me oyes!? Y mi padre jamás me hubiese echado de casa… y de
bien seguro que hoy no estaría en este antro hablando contigo…
—No me vengas con tonterías,
Marcus; si tu y tu banda de gorilas de instituto no os hubieseis
dedicado a boicotear todas y cada una de mis clases, te juro que yo
no hubiese dejado la docencia y tu serías ese maldito médico que
querías ser y no un cobarde desgraciado como… —Fritz se sacó
las gafas de nuevo y se frotó los parpados hundido en la profunda
tristeza—. Como yo… .
—Eras un profesor pésimo… ni
siquiera tenías edad para ser profesor. ¿Como querías que te
tomásemos en serio, eh?
—Por lo menos durante unos años
pude ser una persona de provecho, y no un miserable cantante de sucia
taberna...
Ambos no se volvieron a hablar. Cuando
Mark Silver terminó de instalarse salió del cuarto y se fue al
salón principal del albergue, para reunirse con la mayoría de los
residentes de esa choza.
Las horas pasaron y Fritz no supo nada
más de su compañero Silver. Los recuerdos de su conversación
habían dejado un muy mal sabor de boca al matemático. Hacía mucho
tiempo que no compartía nada con absolutamente nadie, y haberse
peleado dos veces con la primera persona con la que socializaba
después de tantos meses se había convertido en una dolorosa
inyección de remordimientos; aún recordar como de cruel fue Marcus
Santos con él.
Cooper decidió bajar hasta el salón
principal. Algo que no solía hacer. Y allí no tardó en localizar a
su compañero sentado en la mesa más arrinconada de la sala; oculto
tras montones de personas que mataban el tiempo jugando a cartas y
bebiendo hasta perder la consciencia y la cordura.
El profesor se acercó al cantante
haciéndose paso entre la muchedumbre. El tipo no se percató de su
presencia todavía. Estaba fumando un cigarrillo contemplando los
deprimentes cuadros de la pared, con un vaso ya vacío entre los
dedos y con el rostro rojizo. Era obvio que había estado llorando.
—¿Por qué finges ser un tipo duro
cuando en realidad eres tan sensible? —preguntó Fritz
sosegadamente, pero con gran autoridad.
—¡Déjame en paz! Lo que sea o deje
de ser a ti no te incumbe.
—Sé que no eres una mala persona…
todos hacemos el burro cuando somos jóvenes y todos terminamos
recibiendo lo merecido. Tu no fuiste una excepción.
—¿Qué es lo que quieres de mí?
¿Una disculpa? ¿Esto es lo que quieres? ¡Pues mira… perdón por
haber sido un imbécil hace tantos años y perdón por seguir
siéndolo a día de hoy! Ahora dejame en paz… .
—No te culpo por lo que me hiciste.
En realidad yo también siento haberte expulsado sin haber hablado
contigo antes. Estoy seguro de que podríamos haber acordado algo.
—En realidad la expulsión del
colegio sólo fue una de las decenas de malas decisiones que me
llevaron hasta aquí. Decenas de errores que se acumulan y pasan
factura sin compasión —dijo casi rompiendo a llorar otra vez—.
Mira, te pido disculpas sinceramente; pero ahora quiero que me dejes
solo ¿vale?
—Está bien, pero por favor, deja de
fumar… fumar es para viejos moribundos. Se me encoge el corazón
cuando veo a jóvenes con talento contaminándose el organismo a
voluntad propia.
—¿Viejos moribundos? ¿A caso no
hemos venido a Brokenhope para esperar a la muerte?
—Estaré en la biblioteca del
albergue. Está en la segunda planta; por si me necesitas para algo…
.
Mark Silver se quedó un rato más
divagando en sus pensamientos. Todavía sentía esa especie de rabia
hacia aquel profesor, que ya yacía tatuada en sus recuerdos; pero en
el fondo era más que consciente de como llegó a perjudicarle. ¿Y
si ahora fuese médico? ¿Cómo habría sido su vida? ¿Valía la
pena preguntárselo? Quién sabe… no podía negar que la
frustración de ser rechazado por su colegio y por su padre fueron
los causantes de su estancamiento. Él encontró en la música un
refugio para no pensar en sus problemas; puro alivio artístico; pero
después de todo aquello y sus secuelas, ya no habría más canción
donde esconderse que la lúgubre sinfonía del monte Brokenhope.
Cada vez que su pasado regresaba a su
memoria, Mark Silver sentía la impulsiva necesidad de romper lo que
fuera que tuviese en mano. La destrucción material era un buen
calmante temporal. Esta vez el vaso vacío quedó destruido en mil
pedazos contra la pared del salón. Silver se levantó consumido por
su ciega impotencia, y se dirigió a la biblioteca sin decir ni una
sola palabra a las personas que, atónitas, presenciaron ese
repentino espectáculo.
La biblioteca estaba totalmente vacía
y silenciosa. Lo único que se podía oír eran los crecientes copos
de nieve golpeando contra la ventana, signo de que se avecinaba una
tormenta, y el ligero pasar de página del profesor Cooper, que
solitario, estaba leyendo un libro sobre la criptozoología europea.
—¿Quién demonios quiere pudrirse
envuelto de libros? —preguntó Mark Silver por sorpresa.
Fritz Cooper se alzó las gafas y miró
a su vacío alrededor.
—Parece que yo —respondió—. De
todos modos, lo veo más interesante que pudrirse mirando una pared.
—¿Cómo conociste este lugar?
—Lo encontré en Google. Ni te
imaginas la cantidad de cosas que encuentras cuando buscas “Soy un
fracasado de narices y mi vida es una perfecta mierda”. Después
tratas de ver películas online y solo recibes publicidad de
comunidades religiosas alternativas muy muy contentas de acogerte.
—Internet es una mierda…
—reflexionó Silver.
—Internet es una buena herramienta
si sabes como...
De repente una monstruosa sacudida
hizo temblar todo el edificio con gran brutalidad. Varios libros
cayeron de sus estanterías y los dos individuos se miraron
totalmente perplejos y, a continuación, por todos los pasillos del
establecimiento se empezó a oír a la gente corriendo sin control.
Alguien gritaba desde la planta baja: “¡Que no cunda el pánico!
Vamos a abandonar el edificio ordenadamente, que nadie se quede en
los pasillos; parece que se avecina una fuerte avalancha”.
—¡Hay que salir de aquí! —dijo
Cooper mientras cerraba su libro y se levantaba de su asiento.
Silver se adelantó hacia la salida de
la biblioteca cuando un segundo temblor hizo caer una estantería
entera encima del profesor, dejándole medio cuerpo atrapado con su
peso. La gente ya salía del albergue, y los dos compañeros todavía
estaban en la segunda planta. En ese instante Mark Silver se dio
cuenta de que se encontraba en una terrible encrucijada moral. ¿Iba
a ayudar al hombre que le había conducido a Brokenhope, o iba a huir
de ese albergue para salvar su miserable vida?
CONTINUARÁ
CONTINUARÁ
¡¡¡Parte 2 en breve!!! =D
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